Nacho

Hace unos días terminamos de ver «Nine Perfect Strangers», una serie, que bien podría haber sido una película (como tantas otras últimamente), que cuenta la historia de un grupo de nueve personas que viajan a una especie de resort de lujo, gestionado por una gurú rusa –interpretada por Nicole Kidman–, para encontrar la paz interior y resolver los problemas que las atormentan. Tres de ellas viajan juntas (padre, madre e hija) y van allí porque necesitan superar el suicidio del hijo, hermano mellizo de la chica.
Sin meterme mucho en el argumento, el padre, en un momento dado, suelta un discurso bastante emotivo sobre su sentimiento de culpa por no haber podido evitar la muerte de su hijo. Sus palabras, aparte de hacerme saltar alguna lagrimilla, se me metieron en el inconsciente como un gusano, removiendo durante los días siguientes, recuerdos que llevaban mucho, mucho tiempo en el trastero de mi cerebro.
Hasta que el siguiente sábado, después del desayuno, cuando los niños se fueron al salón para recibir su dosis de televisión del fin de semana, acabé por verbalizar todo contándole la historia del suicidio de Nacho a Auri. Alguna vez la había mencionado de pasada, pero esta era la primera vez que transformaba en palabras esa bola de sentimientos que reposaba en mí después de tanto tiempo. Y acabé llorando a lágrima viva.

El 10 de octubre de 1996 (día más, día menos, no me acuerdo con exactitud) Nacho decidió quitarse la vida tirándose de un quinto piso. Fue a casa de un amigo, habló con él, salió corriendo, se quitó los zapatos y saltó por la ventana.
Yo ese día bajé, como siempre después de mis clases de mañana, al instituto nocturno, para pasar la tarde con los colegas, que hacían como que asistían a clase, cuando en realidad se pasaban el rato fumando porros en la parte trasera del edificio; Nacho era uno de ellos.
Al entrar en el recinto un chico, al que no había visto en mi vida, me vino al encuentro y me contó la noticia medio llorando. No me lo creí y me fui directo a la parte de atrás, esperando ver a todos riéndose de mí, pero allí no había nadie. Hablamos de una época sin móviles, así que no tuve más remedio que recorrer los lugares habituales para encontrarlos. No tuve suerte y después de un par de horas y bastantes kilómetros, volví a casa a esperar que alguien me llamara. Me veo todavía sentado en mi habitación, incrédulo, sin saber qué hacer, totalmente bloqueado. Del resto de la tarde no tengo imágenes. Sé que al día siguiente por la mañana fui al instituto como si no hubiera pasado nada, que me encontré con Iván, que acababa de recibir la noticia y que en lugar de ir a clase nos fuimos con más gente a fumarnos un porro de marihuana. Allí escondidos donde siempre, nos miramos unos a otros sin atrevernos a llorar, anestesiados. Un rato más tarde conté esto como riéndome e Itziar me echó la bronca:
«¿Qué puñetero problema hay en llorar, Ramón?»

Los días siguientes se me borran. Recuerdo que no pudimos ir al entierro porque era un sitio bastante lejos y nadie tenía coche. Recuerdo también que fuimos a un funeral religioso que celebraron por él. Era la primera vez en mi vida que iba a misa. Estaba todo el instituto, el director, los profesores… Todos nos miraban mal. El cura soltó un discurso hiriente, diciendo que Dios había sacado a Nacho de la vida, porque iba con malas compañías que lo estaban llevando por el sendero de la perdición. Esas malas compañías éramos nosotros. NOSOTROS.
Recuerdo que me levanté y salí, apretando los puños para no saltar sobre el cura y matarlo a puñetazos. Todos miraban.
Durante los días siguientes, ni un solo adulto se acercó a nosotros para saber cómo estábamos, ni uno. Nadie nos ofreció ayuda, nadie nos explicó nada. Nadie se ofreció a llevarnos al tanatorio o al entierro. Teníamos 17 años, éramos unos críos y nadie con responsabilidad decidió ayudarnos. Lo único que recibimos fue la acusación de que éramos los culpables, nosotros, los porreros perniciosos.
Nos ayudamos entre nosotros, eso sí, y no se derramó ni una sola lágrima. Porque, oye, los chicos no lloran ni tienen sentimientos y al cabo de unos días no había pasado nada y la vida continuó.

Muchas veces durante estos años he rememorado los días anteriores. Nacho era negro y se apellidaba Blanco. Él reía de eso diciendo que era un suvenir que se trajo su madre de Cuba, nosotros compartíamos las risas con él. Pero en realidad sabíamos que no le hacía gracia. Alguien me dijo una vez que era bisexual y que lo llevaba mal, a mí nunca me lo confesó. Sé, por lo poco que nos contaba que tenía mucha rabia contra su madre. Nunca intimamos demasiado, pero era un colega más del grupo. Un chaval normal de diecisiete años…

Una noche fuimos a la Casa de Campo, y todos tomaron LSD menos yo. Ellos los locos del papel secante y yo el pastor: me pasé la noche cuidando de ellos. Se escapaban, volvían, me preguntaban si todo eso era normal… Y la oscuridad nos envolvía por completo.
Volviendo a la civilización miré a Nacho a los ojos y sus pupilas estaban tan grandes que apenas se veía el iris. Se lo dije, apoyó las manos sobre mis hombros y se rio. Parecía contento, pero creo que de ese viaje no volvió.

Una semana después, estábamos todos detrás del edificio del instituto nocturno y él miraba al vacío con aire muy triste. Yo me acerqué y le pregunté que si estaba bien. Me respondió que sí, cambió de tema y ahí quedó la cosa. Fue la última vez que lo vi.

A veces pienso que si la sociedad en que vivo educara a los hombres a compartir sentimientos, a hablar, a comunicar los problemas, Nacho seguiría vivo. Seguramente no sabría nada de él, como no sé nada de nadie de ese grupo (salvo Víctor, por supuesto, que siempre estará ahí, como están los hermanos, aunque no se vean mucho), pero seguiría vivo.
Me arrepiento mucho de no haber indagado en esa mirada de tristeza, de no haber preguntado más, de no haber dado un abrazo en caso de necesidad. Si los hombres habláramos entre nosotros aquella tarde a lo mejor no habría sido la última. Pienso en eso y lloro veinte años después lo que no lloré aquellos días, como lloro ahora escribiendo esto, y como lloré contándoselo a Auri. Me quedo en el consuelo de seguir educando a mis hijos en lo contrario y en seguir luchando para que todo cambie.

Aquí seguimos, Nacho, lo que duremos. Te guardo en el corazón.

Olas

Es la tristeza quien arrastra las olas que invaden y se retiran en constante compás.
Ahora te dejo, ahora te saqueo
y el paso del tiempo se congela en una foto de larga exposición.
Todo es igual porque pasa más rápido, todo pasa más rápido porque nada cambia
en la melancolía como forma de ser, de existir.
La felicidad en este caso es simplemente percatarse, tener conciencia del camino,
aunque a veces vayas descalzo y no haya más que guijarros puntiagudos.
Soy yo en silencio y sonrío.

Endless Boogie «Back In ’74»

Yeah, I might be wounded now but let me tell you about when I was really wounded.
It was in St Louis back in 1974, there was this kite flying contest, and a new band called KISS was going to play there.
It turns out theatre students went with us and the night before they shaved off their eyebrows because of David Bowie.
We make our way up to the stage, right up front and the acid’s kicking in.
20,000 people here, 457 kites, KISS on stage at the kite festival.
KISS did not bring their own kites, they were kiteless, carefree.
It was either spring or fall.
Kiteless.

Endless Boogie Back in ’74


Y de repente me aparece esta canción, de un grupo del que no había oído hablar en mi vida.
Banda formada a finales de los noventa por cuatro colegas venidos de diversos ámbitos de la escena musical de Nueva York, que se juntan a tocar para sacar de su piso a Paul Major, guitarrista y especie de gurú de la música psicodélica y la venta por correo de vinilos de bandas raras.
Es de ese tipo de grupos que al oírlos te hace pensar que detrás de su música hay mucha, mucha historia que describir detrás. Un mundo infinito de grupos que nunca llegan a primera línea, pero que sobreviven en la retaguardia de la escena.
En bucle desde hace un par de meses…

Casco

Se ha hablado mucho últimamente sobre el uso del casco para los ciclistas, a raíz del intento de nuestros incompetentes gobernantes de hacer obligatorio su uso en todas las vías.

Llevo tiempo queriendo poner aquí mi opinión y al final todo el flame se ha extinguido mientras dejaba esto pendiente en mi bandeja de borradores.

Estoy en contra del uso del casco. Sin embargo, lo utilizo en mi transporte diario.

¿Por qué estoy en contra?

-Primero, por un aspecto de visualización y expansión: llevar casco en la bici promociona una peligrosidad que no existe apenas.

-La bicicleta es estadísticamente uno de los medios de transporte más seguros que hay. Al llevar el casco puesto, se da a entender a un futuro usuario potencial que no es así.

Si tan seguro es, ¿por qué se ponen protección en la cabeza?

-La velocidad media es bastante baja, por tanto el riesgo de caída grave es bastante ligero y, por otro lado, gran parte de los cascos están pensados para paliar los golpes directos de tal manera que acaban generando un trauma por torsión, que son mucho más peligrosos.

Depende de cómo manejes las estadísticas puedes llevar el debate de un lado a otro.

Una facción te dice que haciendo obligatorio el uso del casco, salvas vidas.

El otro te dice que el índice de accidentes en bicicleta es casi similar al de los peatones, por tanto, si obligas a los ciclistas a llevar protección, también has de hacerlo con los que van a pie.

¿Y por qué llevo casco si estoy en contra de su obligatoriedad y de su uso masivo?

-Mi velocidad media es bastante más alta de la normal (aunque es baja comparada con los que de verdad van rápido). Tengo tramos cuesta abajo en los que alcanzo picos de 50 kilómetros por hora.

Un ciclomotor, creo recordar, puede ir como mucho por ley a 40 km/h.

Una caída a esas velocidades puede resultar bastante perjudicial.

-Voy entre coches, peleando por el espacio.

-Completo 25 kilómetros al día, lo que aumenta la posibilidad de que sufra algún percance.

-En París conducen como locos, todos contra todos. Las motos no respetan las distancias, los peatones no hacen caso a los carriles bici, y encima hace un tiempo de mierda casi todo el año.

En definitiva, el uso que le doy a mi bicicleta no es tan seguro como sí lo es el uso medio.

Tomad como ejemplo Holanda…

Paseos

El otro día salí a pasear con el bebé colgado por primera vez. Andar con el arnés (no sé cómo llamarlo, no estoy puesto en vocabulario de parafernalia infantil) es un poco raro, el niño se queda pegado a tu cuerpo y apenas das dos pasos se queda dormido.

El caso es que tuve la misma sensación que cuando me corto el pelo y salgo a la calle: que todo el mundo me mira como si supiera que acabo de salir de la peluquería.

La gente me mira más cuando salgo con el niño.

Carpe

Sin título

En diciembre de 2012 pude, por fin, después de varios meses de espera, recoger mi Carpe H10 de Orbea.

Son bicicletas que envían a demanda a las tiendas y con las que suelen tener siempre problemas de stock, así que a pesar de haberla solicitado a finales de septiembre, no pude disfrutar de la bicicleta hasta principios de diciembre.

Bueno, llevamos casi ocho meses de uso, más o menos 2500 kilómetros, dos caídas (en el mismo día) y muchos, muchos chaparrones encima.

La uso para ir al trabajo fundamentalmente, que se encuentra a unos 10-12 kilómetros de mi casa, dependiendo de qué camino elija.

Puntos fuertes:

Ligera para ser una híbrida, pesada para ser una de carretera.

Frenos de disco.

El diseño es muy pulcro, lo que facilita el trabajo de mantenimiento.

El ancho de neumático elegido y el modelo (vittoria randoneur). No he pinchado una sola vez durante todo este tiempo, algo que en París, sembrado de cristales y pinchos de todas las clases, es casi imposible. Sí, lo de las ruedas es algo externo a la bicicleta, pero como venían de fábrica lo digo…

Bastante estable pese a no tener la horquilla con suspensión. Al principio, viniendo de una de montaña, cuesta adaptarse a la vibración de los baches.

Los pedales me encantan, se agarran perfecto.

Puntos débiles:

Es mucho más hipster en realidad que en la web… Grrr.

Viene por defecto con un solo plato y un casete de 10 discos. Por mucho cambio XT que le metas, no hay forma de ajustar correctamente todo para que la cadena no se tuerza en exceso con las marchas extremas. He tenido demasiadas salidas de cadena justo cuando quería darle fuerte por bajar demasiado rápido el cambio. Y no, no hay forma de arreglar esto. Incluso he pensado seriamente en cambiar el sistema y optar por una sola velocidad, pero por ahora no hay dinero.

Las llantas son una basura. En serio. Admito que estoy gordo, pero  es la primera vez que una rueda no aguanta bien mi peso y he montado en muchísimas bicis.

Ya desde la primera semana los radios se aflojaban, hacían ruidos y crujidos extraños. No ha habido forma de que las ruedas permanecieran centradas más allá de tres semanas seguidas. Al final me cansé de ir a la tienda a ajustar. Esto afecta a muchas cosas, entre ellas a los frenos de disco.

La bicicleta es muy ruidosa, algo que odio.

El plato se torció en un momento dado sin haberlo forzado,  haciendo que las marchas no se puedan ajustar del todo (más ruido).

Lo primero que le voy a cambiar una vez consiga ahorrar son las ruedas y ahí me pensaré si me paso a una sola marcha o no.

Opté por este modelo porque pocas marcas tienen diseños realmente adaptados a ciudad y, también hay que decirlo, porque es una marca española (vasca) y me apetecía que el dinero fuera a mi tierra.

Sin embargo, me arrepiento un poco de habérmela comprado. El concierto de crujidos y chasquidos me pone nervioso, haberse gastado 200 euros más en gama superior no merece la pena en absoluto. La mejora de componentes no compensa.

Quizá el modelo H20 sea más recomendable. La gama alta no da lo que ofrece.

Paternidad

Casi dos semanas que han pasado en un pestañeo. Ha habido momentos muy agradables y otros no tanto.

 Sin entrar en filosofías baratas sobre la paternidad y ese nuevo mundo de piruleta y amor que se supone me espera, durante estos días me han surgido muchas reflexiones.

Y, por supuesto, como siempre que me siento a escribir, no me acuerdo de casi ninguna.

Estas son las que han pasado el filtro de la memoria (que en estos momentos es escasa):

 -La profesión de personal sanitario en una maternidad necesita de gente con habilidades muy especiales.

Para nosotros, los clientes, el momento que estamos viviendo es uno de los más intensos de nuestra vida; para ellos, los trabajadores, es simplemente curro. Un niño más de los muchos que han sacado de una barriga durante sus años de experiencia.

Sin embargo, en ningún momento de todo el proceso pierden la simpatía o la dulzura. Aunque ese día no sean capaces de sonreír, el trato siempre es correcto y, sobre todo, humano.

Este último aspecto es el que los distingue de cualquier otro trabajador sanitario con los que yo haya tenido contacto. Tienes en frente de ti a otro humano, no a un ser con la empatía apagada.

 -Tener un hijo es algo que no te hace especial en el mundo, aunque todas las hormonas y feromonas te indiquen lo contrario.

Es una idea que intento tener siempre en la cabeza en mi trato con los demás. A casi nadie le importa lo listo, inteligente y guapo que es tu niño. Entre otras cosas porque es mentira, salvo para los implicados en la historia.

 -Internet, libre expresión y maternidad/paternidad es muy mala mezcla. En serio, aconsejo seriamente un paseo por los foros dedicados a la maternidad y al criado de los hijos. Cien por cien diversión.

 -Tengo que desarrollar más profundamente mi capacidad de filtrado. ¿Qué quiero decir con esto? Una vez comienzas a zambullirte en el maravilloso mundo de criar a un niño, confluyen tres aspectos en una gran ola dispuesta a ahogarte si te pilla desprevenido: Uno, casi todo el mundo tiene hijos o piensa tenerlos; dos, todos creemos que el nuestro es especial; tres, todos tenemos una opinión respecto a cómo educarlos.

 Al final viene a ser como una religión. Has de aceptar ciertos dogmas y despreciar los demás con vehemencia.

 Creo que en las dos últimas semanas hemos oído todos los consejos posibles que se pueden dar sobre la lactancia y casi todos se contradicen entre sí. Todo el mundo habla como si dispusiera de la razón absoluta.

 Para mantener la cabeza, estamos intentando aplicar nuestro sentido común, punto. ¿Lo podemos estar haciendo mal? Por supuesto, pero al menos hemos hecho algo que nos parece o parecía coherente en su momento.

 Está claro que es supertierno que el bebé se quede dormido en la cama contigo. Estás puesto de feromonas y endorfinas hasta las orejas y es fácil quedarse obnubilado viendo cómo se duerme; pero hay que tener en cuenta que estos pequeños cabroncetes se acostumbran a lo bueno y luego no te los sacas de encima.

 -En realidad es emocionante esto de tener tantas sensaciones nuevas de golpe. Es como volver un poco a la adolescencia, pero sin la arrogancia de saberlo todo (al contrario).

 A veces, más que un sentimiento nuevo,  es una versión nueva de uno viejo.

Ejemplo: Te duele un pie, siendo un poco hipocondríaco, tu mente empieza a construir toda clase de problemas alrededor de ese dolor. Como eres medianamente inteligente, te has educado durante toda tu vida a no dejarte llevar por esos pensamientos y a no hacerles caso.

Tu hijo deja de cagar durante unos días. Y tu cerebro empieza a construirse las mismas historias, pero con otra persona. Jamás me había preocupado por la salud de nadie a un nivel tan interior e irracional como en mí mismo, y, descubrirme haciendo lo mismo con mi hijo es bastante extraño.

Autocontrol, aquí no pasa nada y el muy mono ya me regala considerables plastas durante todo el día.